REVIEW CONCIERTO | Bad Religion pisó firmemente suelo chileno después de 7 años

La intensidad de Bad Religion estuvo de vuelta, y en grande, con un Teatro Caupolicán repleto, un show que no se repetía desde el año 2016 para el festival Lollapalooza de ese año, aunque, para algunos fanáticos, tuvieron que esperar casi 10 años, pues su última presentación en solitario fue el 2014, cuando tocaron en el mismo Caupolicán, junto a bandas como Parkway Drive y Heaven Shall Burn.

Destacar también que la banda iba a pasar por Chile el 2019, pero debido al estado de emergencia a nivel país, producto del estallido social, impidió la realización del show.

Para esta ocasión, la banda contó con la participación de Catoni, banda liderada por Carlos Catoni, guitarrista y vocalista, quienes presentaron un acotado pero potente show.

Catoni: golpe de “Power Rock” 

El power trío liderado por Carlos Catoni, Joaquín “Yakls” Quezada en el bajo y Marcelo Mardones en la batería, son los autodenominados “creadores del género Power Rock”, sosteniendo un sonido técnico y la base distorsionada del metal, con acercamientos a lo que es el hard rock y heavy metal.

La banda ya ha tenido oportunidad para abrir shows de grandes bandas internacionales, como lo fue el año 2022 cuando telonearon a Kiss en el Movistar Arena

Fue una acotada presentación, tan solo 20 minutos para un show que entretuvo al público presente, vi a más de uno moviendo la cabeza al ritmo de su música, era evidente, ya que la banda tenía incluso algunos toques típicos del sludge.

La banda no defraudó al público, sacó varios aplausos en su breve paso por el escenario del Caupolicán. Demostrando energía y compromiso. 

Foto: Edo Sandoval

Explosión de Emoción en la Previa

El fervor del punk rock se desataba a medida que los minutos se escurrían, una gran cantidad de gente pasándose de platea a cancha, una escena ya característica en los shows de este recinto, pero esta vez, la intensidad superaba lo común. La emoción palpitaba en el aire. La seguridad hacía su mejor esfuerzo, pero la multitud desbordaba las barreras, una auténtica revolución punk en marcha. Afortunadamente, el caos no trascendió a mayores.

El reloj avanzaba, la ansiedad crecía y la hora del espectáculo se deslizaba sobre el tiempo. Aún quedaba espacio por llenar en la platea, una rareza considerando que el sold out estaba asegurado desde los primeros días de venta. El teatro vibraba con la llegada de los rezagados, quienes, aunque tarde, añadían su energía al creciente éxtasis colectivo. Y entonces, cuando las expectativas alcanzaban su punto álgido, Bad Religion irrumpió en el escenario. Diez minutos después de la hora estipulada, pero ¿quién podía quejarse cuando los grandes exponentes del punk estaba a punto de desencadenarse?

Foto: Edo Sandoval

Bad Religion: pasión y desenfreno 

La espera había sido larga, pero la ansiedad de los fanáticos chilenos se hizo palpable en la primera de las dos fechas consecutivas sold out. La emoción estaba en el aire, una mezcla de nostalgia y devoción, ya que los seguidores esperaron mucho tiempo para reencontrarse con la banda que ha sido su favorita desde siempre.

Con 10 minutos de retraso, la banda salió al escenario y el fervor estalló. Los fanáticos, ansiosos, saltaban y gritaban, dando inicio a la experiencia con el explosivo tema «The Defense». El mosh pit se desataba, la multitud se entregaba a la energía desenfrenada de Bad Religion.

El punto álgido del caos llegó con la sorprendente aparición de bengalas durante «Past Is Dead» y, casi al final, otra explosión de luz y euforia con «American Jesus». La energía se desbordó, marcando momentos inolvidables en el show. Temazos como «Los Angeles Is Burning», «Do What You Want» y «21st Century (Digital Boy)» resonaban en el recinto, llevando la pasión a niveles indescriptibles.

Los rostros de los asistentes reflejaban entusiasmo puro, con más de uno emocionado al máximo. La comunión entre la banda y su audiencia era palpable: coreos, saltos, moshing, crowdsurfing y stage dives se sucedían sin descanso. El clamor unánime de «Bad Religion! Bad Religion! Bad Religion!» se mezclaba con el cambio de tono de Graffin, quien convertía el grito en un emocionado «Santiago! Santiago! Santiago!».

La primera parte culminó con el himno «Punk Rock Song», pero la sed de más no se apagaba. La banda regresó al escenario y un fan se aventuró al escenario interrumpiendo, y, con humor, Graffin y Bentley lo etiquetaron como «borracho y loco». Luego, Graffin continuó y dijo “cada vez que venimos aquí, no nos queremos ir ¿qué tal si volvemos mañana en la noche?”, refiriéndose al show del día siguiente en el mismo recinto. Ahí comienzan a tocar “Generator” como “una canción que aman cantar” –dice Graffin–, en una intro cantada a capella “Like a rock, like a planet, like a fucking atom bomb…” y el resto es historia, desatando nuevamente la locura de los presentes.

El clímax llegó con el icónico «American Jesus» y un memorable cover instrumental de Thin Lizzy, sellando con broche de oro una noche arrolladora y ardiente que quedará grabada en la memoria de los afortunados presentes. ¡Bad Religion demostró una vez más por qué son leyendas vivas del punk rock!

Foto: Edo Sandoval

Comentarios finales: Torbellino de emociones y punk rock

Pasión y desenfreno, son palabras que podría adecuar al show de anoche, donde los fanáticos cantaron a todo pulmón cada una de las 26 canciones a lo largo de una hora y media de show y donde el mosh estuvo presente también en todo el set de la banda californiana, causando desorden desmedido en el medio de la cancha. La comunión entre Bad Religion y su audiencia, forjada a lo largo de décadas, alcanzó nuevas cimas de intensidad en la primera de las dos noches épicas en Santiago.

En este torbellino de emociones, la banda no solo ofreció un recorrido por su extenso repertorio, sino que se convirtió en el catalizador de una experiencia colectiva única. La explosión de bengalas, los crowdsurfing, los stage dives y la voz inconfundible de Greg Graffin resonarán en la memoria de los asistentes mucho después de que las luces del escenario se apaguen.

Bad Religion no solo cumplió con las expectativas, las superó con creces. La devoción de los fanáticos, expresada en cada grito y cada gesto frenético, se encontró con la entrega total de la banda.

En conclusión, no fue simplemente un concierto; fue un ritual de conexión, un lazo indestructible entre una banda legendaria y sus seguidores incansables. La energía compartida, la música que resonó en los corazones y la comunidad formada en medio del desorden son testamentos vivos de la trascendencia del punk rock. Bad Religion, con su poder y autenticidad, dejó una marca imborrable en el escenario del Caupolicán y en la memoria colectiva de todos los afortunados que formaron parte de esta inolvidable experiencia.

Texto por: Lukas Arias

Fotos: Edo Sandoval

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