Por: Aarón Vergara / @emb3r.spirit
Fotos: @cristianbelano
Para este tipo de reseñas normalmente intentamos buscar palabras de todo tipo con las que narrarles las experiencias que se viven en un concierto, pero esta vez me resulta bastante más difícil que de costumbre, pues me quedo corto a la hora de describir lo que vivimos la noche del 22 de abril en el Movistar Arena junto a King Diamond, y es que lo que presenciamos de Mercyful Fate realmente está en otro nivel.
Antes de desvivirme en elogios para lo que ha sido -hasta el momento- uno de los mejores eventos del año, primero tengo que destacar a los muchachos de Mawiza, quienes canjearon su boleto dorado para abrirle los fuegos al rey de la oscuridad. Una tarea difícil, pero que consiguieron de buena gracias a la buena performance que dieron arriba del escenario.
Desde el track uno, la banda se mostró confiada y logró entretener a los escasos entusiastas que tempranamente aseguraban sus posiciones en cancha. Un show dinámico que tuvo su parte alta con “Awükan”, el interesante cover en mapuzungún del clásico “Battery” de Metallica, que más allá de solo cambiar su idioma explora nuevas tonalidades. Esta breve pero concisa media hora de estruendo fue cerrada con “Mawiza Ñi Piwke”, lo mejor de su repertorio, que fue una gran despedida para un teloneo digno de ser destacado.
Cercano a las 21 horas un telón gigante impedía ver lo que se estaba preparando en el escenario, aunque sólo bastó una pequeña prueba de sonido en la batería para darnos a entender que en esta presentación no temieron en dejar las perillas en lo más alto, pues el estruendo del bombo retumbaba en cada rincón de nuestras cajas torácicas. Una sensación que siempre agradecemos y que tanto se extraña.
Las luces se apagaron y los relámpagos iluminaban la tela negra que tapaba el escenario con un Mercyful Fate en gigante. Apenas se bajó el telón, el rey de la oscuridad se manifestaba frente a extasiadas miradas. Con su cruz de hueso en mano, una túnica roja y una cabeza de cordero, el rey daba su lenta caminata por el altar hasta posicionarse en el centro y saludar al público que durante 25 años lo estuvo esperando.
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La euforia que tanto se había acumulado en los minutos previos estallaba al mismo tiempo que lo hacía “The Oath” con una intro legendaria y sumamente brutal. El mosh, empujones y golpes marcaron el inicio de esta satánica misa. Es increíble como King Diamod logra sonar aún mejor que en las mezclas de estudio con una performance vocal de otro planeta.
Realmente parece haber hecho un pacto con el cola de flecha para llegar a esas tonalidades absurdamente altas de una manera tan pulcra a sus 67 años. Tal y como lo demostró en los icónicos gritos de “Listen” y “Satan” que inician las primeras estrofas de la increíble “A Corpse Without a Soul”.
También aprovecharon la instancia de estrenar por primera vez en nuestro país “The Jackal of Salzburg” una de las nuevas canciones que nos ha dejado este ansiado regreso a los escenarios. Íbamos en la tercera canción y Diamond, ya se dejaba querer por los cánticos de un público que ya estaba rendido a sus pies. La conexión fue mutua e instantánea. Pese a las dudas y preocupación que generaba la triste ausencia de público en los sectores de galería frontales al escenario, pareciera ser que esto ni siquiera lo inmutó, pues la demencia que se desataba en la cancha era una postal hipnotizante para el amo y señor de la oscuridad. Lo que aumentaba con la llegada de “Curse Of The Pharaohs” y el clásico inmortal de “A Dangerous Meeting”, uno de los grandes momentos de la noche.
Hablar de Mercyful Fate no solo es hacerlo de sus grandes clásicos con los que ha trascendido en la historia del heavy metal, sino también de una experiencia escénica como ninguna otra y anoche no fue la excepción.
Lo montado arriba del Movistar era de no creer, un altar de varios escalones, una cruz gigante al centro invertida e iluminada, telones gigantes en el fondo que iban cambiando a medida que los temazos iban pasando y una estructura en lo más alto donde el profeta se cambiaba sus ropajes en los momentos claves del show. Catalogarlo como impresionante la verdad es que no le hace justicia.
La velada, tan solo interrumpida por los espacios en que Diamond se daba para agradecer al público y resaltar la locura que estaba viendo, continuaba con la esperada “Melissa”, una de las grandes canciones de su repertorio y que tuvo una respuesta acorde a la potencia vivida. Esta leyenda es una que eclipsa todo el escenario con su imponente figura e icónico maquillaje, pero también se dio el tiempo de pasearse por todo el escenario, juguetear con el público y admirar a quienes se dejaban la vida en la cancha.
A medida que la presentación avanzaba, y de vez en cuando, en la enorme cúpula del Movistar Arena se reflejada la figura del gran Hank Sherman en su guitarra o la precisa Becky Baldwin en el bajo, todo gracias a unos focos muy bien colocados que resaltaron la grandeza de sus performances.
Y qué decir de los solos que se mandó Mike Wead, fenomenales en todo momento, al igual que Bjarne T. Holm, quien repartió de maneras que rozan lo progresivo, pues apenas nos acostumbrábamos a un patrón de cabeceo, este cambiaba de ritmo sin darnos tregua alguna. Una formación poderosa que elevaba su estatus de leyendas vivientes gracias al escenario.
Este breve, pero contundente setlist iniciaba su etapa final con “Evil”, pieza infaltable y un himno que se gritó a todo pulmón. Ya en este punto, el rey de las tinieblas cariñosamente describía al público chileno como uno que es simplemente “fucking amazing”. Además, posaba sobre sus hombros una bandera chilena para interpretar la legendaria “Come To The Sabbath”.
Un momento que sumado al poder de “Satans Fall” se quedará como un recuerdo imborrable en cada uno de los que podrán decir “yo estuve ahí”, pues junto a “To One Far Away”, cerraron apoteósicamente este impecable culto.
Pese a las dudas que generaron los espacios vacíos de la galería, junto a las ganas de más que nos dejaron los breves 85 minutos de presentación, Mercyful Fate nos dio un espectáculo sacado directamente desde los rincones más profundos del inframundo. Lo de anoche fue una espectacularidad a nivel técnico, sonoro y sobre todo visual.
Esta vez podemos decir con autoridad que el público nacional logró volarle la cabeza al mismísimo King Diamond gracias a la enérgica recepción de cada tema. Una hazaña que se vio reflejado en el cierto asombro y sinceridad con el que prometía su vuelta a nuestro país, esperemos que esta vez no tarde tanto en reunirse con una fanaticada que de seguro lo hizo sentir como en casa.